En
la Londres de hoy, una payanesa cuya educación sentimental proviene de la
cultura pop y las telenovelas, se gana la vida en el mundo del crimen: le hace
daño a quienes hacen daño, saquea a quienes saquean y chantajea a chantajistas, por mencionar algunos de sus delitos.
A pesar de ello, su comportamiento se rige por un “código de
justicia” que saca de su mira telescópica a los justos, evitando, así, que
paguen como si fueran pecadores. La nueva novela de Rubén Varona es un postre
de intrigas, móviles y acción pura. Reacciona frente a la cultura del dinero
fácil y a la homogenización de las voces narrativas actuales que llegan a
parecer meras traducciones. De La hora del cheesecake (La Pereza Ediciones), publicada en el mes de febrero, se
tomó el siguiente fragmento de la segunda parte.
¿QUÉ
DIJISTE pues, mi blanquito, que me voy a acostar contigo así nomás? Je, a
mejores albinos me he ligado. Y no me abras los ojos que no te voy a echar
gotas, tampoco te vayas a herniar que la baranda es de hierro y con esos
bracitos de lagartija somalí no irás a ninguna parte. Ayayay, pero es que eres
bien ingenuo: ¿en serio pensaste que soy la hija de Ulrica y de Javier Otárola?
Debes ver más televisión, a ver si aprendes un poquitín de la vida. ¿No tienes
tele? Pues deja la tacañería y cómprate una. Y suscríbete a un servicio de
cable, je, porque la televisión pública suiza es peor que la del tercer mundo,
¿cómo te parece?
Hazme caso mi cándido-blanquito, cómprate
una, y siéntate en el piojoso sillón de allá abajo, ármate de palomitas de maíz
y sintoniza cualquier telenovela, incluso una mexicana, que por mal que te
vaya, te irá bien, pues cualquier cosa es más interesante que los bostezos del
Borges ese que tanto te gusta leer. Ya verás que en poco tiempo sabrás tanto de
la vida que de un vistazo serás capaz de desentrañar los secreticos de quienes
te rodean. Je, si no mírame a mí, quien gracias a los teleculebrones afiné mi
detector de casquiflojas, sintonicé mis antenitas de vinil en la frecuencia de
estafadores y las lacras como tú, porque ayayay, mijitico, resultaste ser el
colmo: tras de ingenuo, profanador de tumbas; tras de absurdo, borgiano; tras
de traficante de huesos, langaruto, blanquito y calentón.
Ya que estamos en confianza, te cuento
que te conocí por pura coincidencia. Llegué a Ginebra esta mañana, y como mis
compromisos eran hoy en la tarde, de inmediato salí a turistear. Hice el típico
recorrido en lancha por el lago Lemán y sí, las fotos clichesudas con el
chorrito ese de las postales. Luego fui a las joyerías de la rue du Rhone, y
cómo te parece: me enamoré de un anillo de diamantes que me quedó de infarto.
No seas malito, mi blanquito-detallista, ¿me lo regalas?
Anyways, miré la hora y me di cuenta de que
el avión de Air France proveniente de la Argentina ya debía haber aterrizado.
Tenía el tiempo justo para llegar al cementerio de los Reyes. Je, compré una
rosa para la condesa Grisélidis Réal y como estaba tan cerca, me fui caminando;
¿de casualidad la conociste? No me mires de esa forma que esa nena sí que tenía
carácter; fíjate que defender la dignidad de las prostitutas… Je je, el caso es
que iba rumbo a Plain Palais, cuando divisé a un joven bien simpático. Justo a
tiempo: se trataba de Sebastián Tapia, el comprador; je, tenía la misma camisa
de la foto de su perfil en Twitter. Me acerqué a preguntarle la hora: las cinco
menos cinco, me dijo. Por su francés escamoso como el de Sergio Pelz, confirmé
que era el galán de las pampas que esperaba, che. Obviamente él también iba
para el cementerio, pero según dijo, a visitar a Jorge Luis.
—Hey, Sebas, ¿y Borges no debería estar
sepultado en Buenos Aires?
Y él se puso de todos los colores, y
mientras decía que ajá, que cómo no, y que si yo podía creer semejante
disparate, abrió y cerró cien veces los dedos de las manos como cazando
pispirispis.
—Pero tarde o temprano descansará en la
Recoleta, porque, che, Borges es porteño, nacido a escasas cuadras del Río de
la Plata. No es ningún patrimonio de la UNESCO, como nos hace creer la boluda
de la María Kodama.
En la rue des Rois divisamos los cipreses
del cementerio y aceleramos el paso; la brisa descendía helada de los Alpes.
—¡Che, nos vemos! ¡Disfrutá de la visita
a la gran puta de tu amiga!
Sebastián entró en la oficina de atención
al público.
En la cartelera de la pared hallé el
listado de huéspedes, así como el número de la suite de cada uno de
ellos. En ese momento fue cuando te vi, mi manchita de cloro, y por mi vida que
fue amor a primera vista. Secretiabas con el argentino ese. Entonces seguí mi
camino hasta la tumba de Grisélidis Réal, atenta de que ustedes concretaran el business
que nos traería a todos felicidad. Minutos después, el argentino se marchó por
donde entró, sin haber visitado a su compatriota, ajá, y tú te fuiste de
inmediato al sector D, para hincarte frente a la tumba 735. ¡Todo estaba
consumado! Je, fuiste a pedirle perdón a Borges por el sacrilegio que te
disponías a cometer; ¿o me equivoco?
By the way, El Escocés, tu patrón,
sí que es un peso pesado del marketing delicuencial: mis respetos. Dizque
venderle al argentino un cadáver sin exhumar, como quien dice, sobre planos,
como si se tratara de un apartamento por construir en el Bronx.
Dejé mi flor sobre la leyenda: Escritora
– Pintora – Prostituta y, pensando que Grisélidis se pondría fúrica al
perder a uno de sus clientes habituales, me acerqué a ti, mi
blanquito-coquetón, decidida a hablarte, como José Francisco cuando abordó a
Venus al terminar la clase: ¿viste Claroscuro de pasión?
Que me llamo Menganito y soy fotógrafo
profesional; que por accidente escuché que acabas de llegar de Dinamarca y te
interesa hacer contactos en el mundo de la belleza; y para sus adentros, que le
ganaría la apuesta a su amigo Beto, que antes de terminar la semana sus
Converse vinotinto amanecerían bajo la cama de su nueva compañera de clase. Y
Venus que qué gusto conocerlo, que había ido a Venezuela por ser una fábrica de
reinas y que la disculpara por su español, que como Carito lo hablaba poquito;
y José Francisco que se diera una vueltica, que qué cuuuerpazo; je, y no veía
la hora de ganarle a su amigo el acetato de Rafael Orozco, el cantante
vallenato. Y ella que su sueño era representar a su país en Miss Universo, y él
que trabajaba como fotógrafo en Sésamo, la revista donde salían las
nenas más hot del continente, y que claro, que cómo no, que tenía
muchísimos contactos en el medio, que la miss Dayana Mendoza era la novia de su
primo Enriquito, y sonrisa va y sonrisa viene, y Venus que necesitaba unas
fotos, y él que esa misma tarde le haría todo un estudio en su casa.
Je, hice algunas tomas a la cripta, sin
importar que tú, mi blanquito-deslactosado, siguieras allí de rodillas.
Fotografié la leyenda que se encontraba en la cara anteroposterior izquierda de
la piedra, debajo del grabado de la nave vikinga:
De Ulrica a Javier Otárola.
Entonces recordé una conversación con don
Juaco, el ilustre lustrabotas de la plaza central de la ciudad donde nací.
—¿Sabía
que Popayán ha sido mencionada tres veces en la literatura universal?
—¿Y usted, señor, por qué sabe todo eso?
—No ve que me gano la vida lustrando, ¿y qué mejor que sacarle brillo al
ego de los payaneses? No me vaya a decir que esa sonrisita tan picarona es
falsa.
—¡Atrevido! Je, a ver si deja de mamar gallo y se concentra en su
trabajo, porque harto brillo que sí necesito.
—¿En las botas o en el ego?
—Pues en ambos.
—La alusión que más me gusta es la de Moby Dick, la novela de don
Herman Melville. El capitán del barco le ofrece un doblón forjado aquí al
marino que aviste al cachalote blanco.
—¿Y por qué le gusta tanto?
—Vea, niña, yo no la he leído, pero me parece la berraquera por aquello
que dicen que este pueblo era grande cuando era chico, y como en la Colonia
aquí quedaba la casa de la moneda. Mejor dicho, ahí le suelto ese dato…
—¿Y cuál es la mención que menos le gusta?
—Ah, pues la de Roberto Bolaño, en Putas Asesinas; ¿no ve que no
salimos bien parados? Imagínese que un actor porno aparece colgado en una
habitación de esta ciudad. Debió ser en el Hotel Arabia, porque allá puede
pasar cualquier cosa.
—¡Quién lo ve a usted tan dateado!
—La última de las alusiones la hace Borges, en su cuento Ulrica.
Javier Otárola, el protagonista, es un payanés que trabaja como profesor de la
UniAndes. Dicen que el cieguito lo escribió pensando en el maestro Negret; ¿sí
lo distingue? El que hace girasoles a punta de tuercas y tornillos.
El lustrabotas estaba en lo cierto, además de sacarle brillo al ego de
los payaneses, Borges dejó en ese relato una sentencia tan memorable para la
gente de mi país, que por ella, y solamente por ella, todo el mundo allá es
seguidor suyo.
—¿Qué es ser colombiano? —Ulrica le pregunta a Javier.
—No sé —él le responde—. Es un acto de fe.
¿Que qué significa eso? Je, pues ni idea, pero aquel fraseo nos encanta,
así como creer que Medellín es la capital mundial del tango, sólo porque
Carlitos Gardel, el Morocho del Abasto, colgó su bandoneón en esta tierra
santa; ¿viste?
—¿Cómo te llamas?
—Ulrica, Ulrica Otárola, y vengo de Popayán.
Te respondí con firmeza; je, como si hubiera dicho Montecarlo, Praga o
Lisboa. Arrugaste el ceño, ajá, de la misma manera en que lo haces ahora.
—Debo irme, pero te aseguro que pronto
volveremos a encontrarnos.
¿No
hablaba yo la lengua de los pájaros?