POR: Rubén Varona.
Rodolfo
Martinez dice que “la ciencia ficción es hija de su tiempo. Y, por tanto,
construye sus ficciones y especulaciones a partir del presente” (A Quemarropa 05, 2014). Dicho presente
al que se refiere Martinez padece de los males degenerativos de nuestra
sociedad, los lleva al límite (distopías). De allí que, el caldo de cultivo de
las novelas abordadas en los siguientes párrafos, provenga de sociedades
indeseables a las que la humanidad está condenada a vivir de seguir por la
senda que transita. Lo anterior permite entender por qué la literatura que
incorpora elementos distópicos suele desarrollarse a partir de un hecho
“fundacional[1]” que
propicia dos circunstancias, principalmente: un poder totalitario (llámese
estado o megacorporación), y una sociedad dividida en marcadas clases, donde las
élites oprimen a las masas mediante el empleo de alguna forma de violencia.

Estos
regímenes totalitarios eliminan toda individualidad, pues el sistema no tiene
reparos en desaparecer a todo aquel que sea diferente o en volver a reclutarlo,
esta vez alienándolo por completo. De allí que los habitantes de este tipo de
sociedades tiendan a convertirse en autómatas: “Ambos sabían que,
simultáneamente, se estaba izando sobre el piso treinta y dos la bandera
púrpura y verde de EPESA, y que cerca de dos mil quinientos otros fieles
servidores, presentes en el edificio, escuchaban de pié y con la mano derecha en
el corazón la melodía…” (Adolph 20)
Para
sentar las bases de esta sociedad de borregos de la que se habla, el régimen
totalitario ofrece un vida de ensueño. Ziénaga, en Ciudad sin estrellas, tiene una apariencia idílica como menciona la
propia autora en una entrevista para el blog Literatura Prospectiva: “sus
habitantes tienen cubiertas todas sus necesidades básicas y gozan de múltiples
diversiones”. Esta es la razón por la que el lector no tarda en descubrir que
este mundo “utópico” sólo busca eliminar la capacidad de razonar de los
ciudadanos, propiciándoles diversión y entretenimiento de todo tipo. Por
supuesto, el arte, la literatura y la naturaleza no tienen cabida en estas
sociedades, porque son elementos peligrosos para todo régimen, en la medida en que
despiertan emociones y creatividad en sus habitantes.
La
droga y el sexo son mecanismos de los que se vale el sistema para controlar a
la sociedad, en cuanto permiten que los ciudadanos se diviertan, no cuestionen
y sacrifiquen su individualidad. Aunque
este elemento está presente en las obras mencionadas, es precisamente en Ciudad sin estrellas donde mejor se
aprecia, ya que el gobierno promueve las cirugías plásticas, los prostíbulos y
los videojuegos. Es un mundo artificial, apreciable, incluso, en la comida: si
quieres adelgazar, te comes dos barras, pero si quieres músculo, te comes tres.
De allí que los “misticoides”, a quienes el sistema eliminó uno por uno,
cuestionaran la artificialidad de aquella vida material y llena de vicios que
les fue impuesta, y buscaran acercarse a los orígenes, a la naturaleza, a su
propia naturaleza.
Como
consecuencia de lo anterior, el héroe distópico, quien conoce el régimen desde
adentro, porque habita en las entrañas de la distopía, no suela ganarle la
batalla al sistema. Aunque Tony Tréveris, directivo de EPESA, en Mañana las ratas, descubre la traición
del jefe supremo, no puede vencer al sistema y termina absorbido por él. Perseo
Stone, por su parte, anhela “explorar” el universo construido en Ciudad sin estrellas, pero termina
tildado de loco, desaparecido por el sistema como a la “misticoide” de su
madre. La rebeldía de Esteban Lima, en La
destrucción de todas las cosas, se aprecia en su condición de fugitivo.
Vive con su mujer en un carro a las afueras de un pueblo mexicano y se niega a
ser adoctrinado, a aceptar la imposición de “los Otros” en cosas tan
fundamentales como la gastronomía, la cultura y la lengua. Su batalla está
perdida y su derrota será una cuestión de tiempo.
La
efectividad en el uso de la distopía, en estas tres obras, se puede medir a partir del comentario que
hacen a una sociedad específica. En ese sentido, Mañana las ratas ofrece una mirada aguda a la sociedad de su
tiempo, pues cuestiona el manido concepto del “tercer mundo” y critica la
respuesta militar del gobierno peruano frente a los ataques de la guerrilla de
Sendero Luminoso. La destrucción de todas
las cosas es igualmente acertada en términos de comentario social, puesto
que en un escenario futuro reproduce hechos cruciales para la historia de
América (la conquista española). A partir de herramientas narrativas propias de
la novela postmoderna (parodia, pastiche, montaje literario, etc.), ofrece una
lectura bastante original, que permite entender
por qué los mexicanos son como son y su país se encuentra como está. Por el
contrario, Ciudad sin estrellas no
resulta tan efectiva en el manejo de los elementos distópicos, ya que a pesar
de ser empleados a fondo, no se articulan en función de comentar una realidad
específica. De allí que esta última, ganadora del Premio Minotauro 2011, pudo
ser una gran novela, pero se quedó a medio camino.
Trabajo citado
Adolph, José B. Mañana, las ratas. Lima: Mosca Azul,
1984.
De Paz, Montse. Ciudad sin estrellas. Barcelona:
Planeta, 2011.
Hiriart, Hugo. La destrucción de todas las cosas.
México DF: Era, 1992.
Martínez,
Rodolfo. "Distopías: la cara "B" del futuro." A Quemarropa 05 Julio 2014: 4. Web. 19
Jul. 2014.
Literatura
Prospectiva. Miradas al futuro desde la literatura. “Entrevista a Montse de Paz”
15 Marzo 2011. Web. 19 Jul. 2014.
[1]
Puede
ser un apocalipsis, una guerra nuclear, o cualquier trastorno al orden social,
político o natural.