POR: Felipe
García Quintero
Nada sé y, sin embargo, la tarde me
escucha.
John
Keats
1.
Porque
algo falta se escribe, porque algo no está ya más se escribe. Porque la
ausencia, porque la carencia son derrotas que sólo se conquistan viviendo, la
poesía restituye. Descubrir una oquedad, el abandono, por ejemplo, es un asunto
humano; allí está el verso que sutura lo hueco, el vacío. También es cierto que
la poesía no sana o cura, sólo restituye, pues lo suyo no es el rescate de algo
ni salvamento de alguien, sino la restitución de ese algo para alguien. De tal
suerte que en la poesía está el regreso al sentido, la posibilidad de tornar al
espacio nuestro nombrando el lugar de la perdida. Así la infancia o el amor,
territorios de conquista, lugares del fracaso que a la poesía le son tan entrañables.
¿Escribir
poesía hoy? nos preguntan. Se acomete poesía por el misterio que encarna lo
desconocido, por la belleza de revelar sin comprender, por el misterio de la
belleza y la belleza del misterio que constituyen la poesía como evidencia y resistencia.
Para un mundo donde lo inconmensurable parece naufragar y todo sucumbe hasta desaparecer
ante el prodigio de la técnica y la ciencia sin límites, lo revelado no arroja
luz a la razón sino sombras a la imaginación. No me asiste ahora un pesimismo gratuito
ni menos una crítica cándida, al ver que la lucha heredada del romanticismo
entre fe y revelación parece tener hoy un ganador. Sin embargo, el triunfo del
pensamiento lógico no subsume al deseo cotidiano como potencia y posibilidad de
resistir cada día un día más. Potencia de visión, profecía o conocimiento es la
poesía. Con ello resulta también nuevo el sentido de la resistencia como celebrada
renovación y no más agonía ni tan sólo motivo de nuevas tribulaciones.
Porque
la poesía resiste la vida, sus crisis de sentido y valores, antes como ahora, el
deseo poético se torna en potencia. Aunque el poder del verbo sea menor hoy, la
palabra hollada está cada vez más cerca, a nuestro alcance, a un palmo de
nuestras manos. Por ello la certeza que brindan los festivales de poesía, la
edición impresa y virtual de libros, aunque marginales del mercado y la
publicidad trasnacional, resultan escenarios de comunicación viva. No sabemos
si estos caminos sean de comienzo o final, retorno o partida, dados hacia un
momento nuevo, de restauración y armonía, puesto que la poesía surge tanto de
los periodos de bienestar como de las dificultades. Y lo que perdura no
distingue esa génesis, no le importa acaso el contexto del que surge porque lo
trasciende.
Más
que posesión el deseo poético es desapego; su potencia es la de no retornar al
pasado sino de restituirlo como sentido, al modo de una realidad viva y
presente. La belleza de la palabra, del verbo en su sentido religioso más
tradicional no resulta ser entonces una cualidad sino una esencia, por demás, revelable
o no. Asimismo, la poesía es alimento, como lo dice Fina García Marruz: “pan
nuestro de cada día, no lo excepcional, sino lo diario que no cansa, ni estraga
y que sustenta”. Y será alimento porque la poesía es una entrega, algo que se
da porque se posee aún sin tenerse siempre.
![]() |
Jean Cocteau |
Respecto
a la pregunta que nos convoca, Jean Cocteau respondió con desenfado: “yo sé que
la poesía sirve para algo, lo que pasa es que no sé para qué”. De seguro que el
poeta francés pensó en burlar la utilidad pragmática del fenómeno poético,
inexistente, frente a lo cual no cabe duda que es imposible saber para qué
sirve la poesía. Por esto resulta pertinente escuchar de nuevo a Fina García
Marruz, cuando sostiene que “una creación viviente no es nunca el resultado de
sus elementos formadores sino ese espacio a que se adiciona un número
desconocido. Señalar fines a la poesía, por elevados que éstos sean, es no
comprender que el poeta ha de vivir dentro de ella como dentro de algo que lo
excede y que no maneja a su gusto, de modo que puede decir que la poesía vive
menos dentro de él que él dentro de la poesía, como creyó la vieja teología que
no era el alma la que estaba dentro del cuerpo sino el cuerpo dentro del alma.
Es porque la poesía escapará a la noción de fin visible. El fin no es en ella,
como en la máquina, el instante último de su movimiento, sino una instancia
superior que le es paralela, acechando, juzgando, ennobleciendo,
transparentando lo invisible”.
En
fin, como dice la poeta cubana “¡Si pudiéramos hablar de la poesía del mismo
modo como ella calla su esencia sin proclamación!”
2.
Al
arte personal de escribir poesía, y a la forma en que ésta es pensamiento
estético, se lo llama poética. La mía ha consistido en ensayar el poema desde
la escritura misma, en intentar su develamiento a partir de pensar su ser y
esencia. Hace unos años codicié encarnar el tema legado por Wallace Stevens
cuando habló del poema como el motivo de la poesía. Desde la escritura, ese
objeto inasible, hice del poema sujeto, presencia, bajo los fragmentos de un
pensamiento roto. Así he pensado la poesía desde el ser conflictivo de la
escritura:
agua rota
I.
evito
las palabras. A cada palabra evito las palabras.
Con
cada paso. Cuando escribo no quiero usarlas; no quiero tocarlas cuando hablo.
Escribo para
dejar de escribir:
II.
el
que dejó su pala cerca del sueño, busca la tierra de su sombra en las manos.
El
que a la escritura confía la vida; el mismo quien levanta su cuerpo del
lenguaje, bajo el polvo de la realidad, yace en esta pregunta:
¿Quién me plantó aquí?
¿Quién, Señor del Jardín Quemado,
oscureció su dedo en el cielo y vació el agua de mis ojos?
¿Quién me plantó aquí?
¿Quién vive?, que no sea la escritura:
II.
temes que tu voz
sea un río muerto.
Porque
en tu garganta ya nada crece, nada nace. Ni siquiera algo nuevo muere.
Acaso tu lengua
es un río de reses muertas.
Un río muerto que
te asiste en tu propio entierro:
traes
un poco de pan y algo de vino para alimentar la vigilia en la noche de tu alma.
Al
fondo de tus ojos miras las manos que ofrendaron sus huesos para construir la
casa y llenarla de palabras.
Mientras
la escritura crece en la oscuridad con el parpadeo de las llamas, tu corazón
calla; su temblor cesa de latir.
De pronto ya
nadie existe.
Estamos
solos y sólo en ella piensas. Te entregas al vino de la risa y al pan del
silencio, y a tus recuerdos: estos pensamientos que inflaman tu lengua y arden
como las palabras que te consumen.
Y quieres morir,
y para eso escribes:
V.
uno
cree en la escritura. Que la escritura es aire, y basta.
Mas
el lenguaje habita la intemperie de la casa, persiste en la humana gravedad.
Porque
escribir es cargar con la procesión de tu vida, con los enseres que no caben en
otro rincón que no sean los días, que uno tras otro son la nada.
Porque la muerte
es irse y ya.
Y es la voluntad
del amor el morir.
Sí, el amor del
morir, la única escritura:
VI.
la
muerte sólo es tuya cuando ofrendas al amor tu cielo, y la esperanza de la
carne brota como un sol terrestre.
Porque
algo que sabes tuyo se desprende y rueda al caer de mano en mano, sin cuidado
ni testigos.
Morir
puedes si la muerte fuera voluntad, no ajeno y vano ardor el nombrarla.
Morir
es del amor deseo puro de tornar al aire en aire entero:
VII.
recuerda, alma
mía, que vamos a morir.
Será
bajo la lluvia discursiva que traen los recuerdos, la que anuda las manos a la
escritura.
Sin
queja moriremos. Esta será la noche y no habrá otro lecho para morir, porque la
muerte es la hierba del deseo que se alimenta con el cuerpo.
(y
la luna miro en el cielo: caballo que inmóvil se desboca)
Recuerda
que más tarde vendrá la hoz, y seremos uno en las manos del pastor nocturno:
VIII.
la ciega culpa:
ser
del padre el cuerpo y la intemperie de su lengua. Ser hijo de su carne y apoyar
los ojos en las manos.
Ser
el bastón y la calle oscura. El enemigo que abraza y esconde el puñal en el
silencio de la comunión, en la invisible sangre de la fe derramada.
Ser la escritura,
el trabajo de tu muerte:
IX.
todo
lo que imperioso el hombre con sus manos junta, el tiempo dispersa en su voz.
Ya las palabras
sin palabras.
Casa
de viaje, ligera no andas sino para fundar otro cielo en la caída.
Pájaro del polvo
el viento.
Abismo,
línea de luz en
el horizonte.
La muerte en que
vuelas:
X.
sientes
llegar al hambre y le escribes: Amor,
Patria, Dios. Las posibles palabras que puedan tapar el roto por donde la
vida escapa.
Quieres
escribir ahora que las palabras no encuentran su lugar en la carne, mientras en
el vacío de Hamlet cabe la noche blanca de Macario, y por el deseo sin amor se
llena la escritura.
Tienes
hambre y callas, porque bien sabes del enemigo rumor de la belleza en el
tiempo. A pesar del hambre no hablar del hambre:
XI.
el hambre es
alimento de la fe.
Tengo hambre —dice el alimento—
Soy tu alimento —responde el hambre—
El pensamiento
calla. El silencio escribe.
Y
la escritura se niega a saciarles su fatiga de ser lenguaje.
(soy tu silencio —dice el
lenguaje—
soy tu escritura —grita el
silencio—
etc ...):
XII.
fértil
la miseria del hombre que tiene por vida escribir poemas. Quizá lo hace para
alcanzar su redención, acaso para curarse del dolor de jugar y no ser por la
risa otra vez niño.
El mal de la vida
que la belleza no cura.
Porque
sabe que todo intento es inútil. Que al cabo serán vanas sus palabras.
Sabe,
si olvida, que el cielo es una mancha, y la fe un pájaro ciego:
XIII.
la
lluvia vuelve a tus ojos en la voz de una música incierta.
La lluvia
interior que acalla las palabras.
La
vieja amiga de la infancia que entra por el patio de la casa a cualquier hora y
te aconseja cambiar de oficio.
La lluvia.
Sólo pides que
siga y se lo lleve todo:
XIV.
tal vez, y por su
fin, estas palabras digan algo.
Lejos
ya del mundo y de la mano que las traza, pueda estar el camino.
Quizá,
alguna tarde de otro cielo, estas palabras se levanten y vayan por ahí, en paz
y sin nombre, entre el polvo nuevo.
Tal
vez, porque no al fin, por su fin, estas palabras digan algo, no pidan nada:
XV.
evito
las palabras. A cada palabra evito las palabras.
Con
cada paso. Cuando escribo no quiero usarlas; no quiero tocarlas cuando hablo.
Escribo para
dejar de escribir.