A propósito de “El sastre de las
sombras”
Por:
Carlos Bermeo
“Voy a escribir una novela negra”, me
dijo hace seis años, instalado detrás de su escritorio, Rubén Varona. En aquel
entonces, mi amigo fungía como Director Ejecutivo de uno de los principales
Centros de Productividad e Innovación del suroccidente colombiano, y después de
un año y medio de gestión, ya cosechaba sus primeros resultados exitosos.
Alrededor nuestro, había decenas de cubículos con ingenieros industriales,
administradores de empresas y contadores que elaboraban y ejecutaban proyectos
a la velocidad de la luz. Allí se hablaba de formatos de contabilidad
oficiales, de tablas de Excel, de revisorías fiscales, de auditorías y
financiamiento con ayudas nacionales e internacionales.
En
ese tiempo, Rubén Varona estaba recién egresado de la Universidad del Cauca:
había estudiado administración de empresas y cada vez, albergaba más dudas
sobre si su verdadera vocación estaba en los números o en las letras. Un día,
mientras tomábamos un café, me dijo: “Inconscientemente
esto de la administración se me esconde cada vez que puede. Mira que fui a la
biblioteca por un libro de Gerencia Empresarial y no sé cómo, terminé pidiendo
las obras completas de Jorge Luis Borges. Ahora estoy releyendo El Aleph”.
Los libros del autor argentino estaban encima de la mesa, como invitados
entrometidos que habían aparecido a última hora.
Jorge Luis Borges
“¿De qué se trata la novela?”, le pregunté. Su teléfono celular
vibraba ruidosamente sobre el escritorio y se movía como un bicho electrónico
hacia una maraña de folios y papeles. “Ya
tengo la historia en la cabeza. Se trata de una chica que engaña a su novio en
su despedida de soltera. Sin querer, termina asesinando a su amante y luego, a
uno de los cómplices que ella supone que podrían ayudarla. A partir de allí,
habrá un efecto de bola de nieve, donde, como en un laberinto, la protagonista
se encierra en las mentiras de su propia historia”. Desde un inicio me
llamó la atención y le dije que me parecía un argumento interesante. En ese
momento, entró una secretaria y puso sobre la mesa una carpeta con un convenio
regional para que Rubén le estampara la firma. Cuando la joven salió Rubén me
dijo: “Así no se puede escribir. Tengo
que decidirme. Tiene que ser lo uno o lo otro: la administración o la
literatura”
Pocos
meses después, un día sábado, nos reunimos en un la casa de un amigo y leímos
durante todo el día los capítulos que componían la primera parte de la novela.
Rubén la había bautizado como “Despedida
de soltera” y había escrito aquellos fragmentos durante sus pocos ratos
libres: en las noches o en las mañanas de domingo. Tenía redactadas cerca de
cuarenta páginas inconclusas, que
comentamos una a una. Un mes después, nuestro amigo nos convocó a un bar y nos
dio una noticia definitiva que cambiaría el rumbo de su vida: había renunciado
irrevocablemente a la Administración de Empresas y se iba a dedicar de tiempo
completo a la literatura. Le preguntamos por el Centro de Productividad: nos
dijo que ya había entregado el cargo a la Junta Directiva. A partir de allí, lo
vimos en los parques y en los cafés re-leyendo las obras de Borges, de Poe, y
de Conan Doyle. Un gran amigo en común, el escritor Johann Rodríguez Bravo, lo
animó para que “desempolvara” y
publicara una novela que había escrito
un año atrás. Rubén se animó a editarla con el sello Axis Mundi: “Espérame desnuda entre los alacranes”.
Esa es otra novela, de la que quizá, algún día pueda contar, como hoy, su labor
de construcción. Pero más allá de esta primera publicación, en la cabeza de
Rubén, seguía rondando el fantasma de aquella chica bogotana que se le aparecía
en sus sueños, matando a su amante en la víspera de su boda.
Poco
tiempo después, Rubén Varona se despidió de Popayán, su tierra natal y comenzó
un período trashumante, donde vivió una verdadera vida artística que cambió su
visión de las artes y las letras: durante cerca de dos años, recorrió los
caminos de Inglaterra, Suiza, Francia, Escocia, Italia y otros lugares
europeos. Desde Colchester, vía correo electrónico, me envió una nueva versión
de su novela. Ahora se titulaba “Una
noche en el Monte Calvo”. La leí de inmediato: nuevamente estaban escritos
solamente los capítulos de la primera parte, donde una vez más, había quedado
suspendida. Pero, en esta nueva lectura encontré un elemento adicional que
cambiaba el contexto de la obra: ahora había aparecido además de lo policiaco,
lo macabro, la magia negra, las manos del demiurgo que corrompían y oscurecían
todo lo que tocaban. El texto tenía cada vez más influencia de Lovecraft que de
Conan Doyle. Sin embargo la novela seguía inconclusa.
Rubén Varona, autor de "El sastre de las sombras". Edimburgo 2009.
Varios
meses después, Rubén regresó, de paso, a Popayán. Me invitó a Ecuador, más
concretamente a Otavalo, donde residen los indígenas que llevan el mismo
nombre. Estaba interesado en conocer la ceremonia y el ritual del Inti Raymi o
Fiesta del Sol, una celebración espiritual milenaria, común a todos los pueblos
autóctonos de Sur América que se realiza una vez al año en los Andes, durante
el solsticio de invierno. En esta ocasión no pude acompañarlo, pero yo ya
conocía este ritual, porque el año anterior había viajado con un grupo de
amigos a apreciarlo.
A su
regreso, Rubén Varona estaba bastante sobrecogido por la ceremonia que realizan
los chamanes indígenas la noche anterior al solsticio, en la cascada de
Peguche, un lugar exuberante, pleno de verdor, de montañas escarpadas y
selváticas, en las afueras de Otavalo. Allí, los sacerdotes-hechiceros realizan una ceremonia de limpieza a través
de un baño sagrado, donde se prepara espiritualmente a los nativos para las
fiestas que se desarrollarán en la semana siguiente. En esos días -de acuerdo a
una leyenda que narran los indígenas- se aparece el diablo dentro de la Cascada
de Peguche, custodiado por dos perros negros, para llevar a los hombres a su
perdición. “Ya encontré lo que le falta a
la novela” me dijo Rubén emocionado, mientras bebía un trago de ron: “Ahora encajan todas las piezas” Antes de
que se embriagara, me aseguró que el terror de su obra, iba a brotar de aquella
cascada inmensa de la que todavía escuchaba sus ecos en la cabeza. Esa noche
metafísica, rodeado de indígenas que gritaban sus ritos en idioma quechua, en
medio de un paraje selvático, eran definitivos para la construcción de su
novela.
Cascada de Peguche en Otavalo, Ecuador
Un
par de días después, Rubén tomó sus maletas y se fue a vivir a Estados Unidos.
Iba a cursar una Maestría en Creación Literaria en la Universidad de Texas.
Cuando nos comunicábamos, le preguntaba por su novela. Siempre me decía que
necesitaba tiempo –lo que requieren todos los artistas- para terminarla. Hasta
que al fin tuvo que enfrentarse a sus demonios: cuando tuvo que elegir el tema
de su tesis de maestría, Rubén no lo dudó: iba a escribir de una vez por todas
la historia de aquella mujer que se le aparecía como un fantasma desde sus
épocas de Administrador.
Una
navidad me llamó y me dijo: Por fin
terminé la novela. Y ese día lo recordé años atrás, sentado en su
escritorio, avisándome que iba a escribir una novela negra, mientras dudaba si
seguía su vida de administrador, o si por el contrario, se lanzaba a vagar por
el mundo sin que importara el mañana, para dejarse poseer de ese espíritu
dionisiaco propio de los poetas y los artistas. Finalmente lo hizo y después de
varios años -y a cinco mil kilómetros de distancia- tenía la novela entre sus
manos.
La
leí de un tirón y quedé fascinado. La historia había sido re escrita y
replanteada desde nuevos ángulos que incluían el horror, el sadismo y la
temporalidad. Ya casi nada quedaba de aquel borrador que leímos años atrás
titulado “Despedida de soltera”. Los personajes habían cambiado,
transformándose en seres perversos y por ello, más humanos. También la
geografía de la historia se había transmutado: ahora aparecía una Bogotá
clasista, fría y gris y una Popayán representada como como una fiesta
interminable de disfraces que escondía crímenes atroces. En esta nueva versión,
las ciudades no eran sitios de referencia, sino lugares y estados del alma. Ni
qué hablar de la noche de Otavalo, en la cascada de Peguche. Esta escena de
hechicería indígena había tomado unas proporciones colosales: gracias a ese
ritual precolombino, nuestra joven bogotana podía viajar en el tiempo.
Indígena Otavalo
Esta
novela ha sido editada recientemente por La Pereza Ediciones en los Estados
Unidos y su distribución vía internet (Amazon.com) está disponible en todo el
mundo. Su lanzamiento oficial se realizó en días pasados en el prestigioso
centro académico Texas Tech University, en la ciudad de Lubbock, al norte de
Texas, donde el autor cursa un Doctorado en Literatura. Desde Popayán envío un
abrazo al escritor Rubén Varona, un amigo a quien respeto y aprecio, y a quien
no dudo en identificar como el verdadero y único “Sastre de las sombras”.
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